Por LEONARDO CABRERA DIAZ
La clase política dominicana ha sido acremente denostada, vituperada y acusada de corrupta, en una acción a todas luces injusta, con el agravante, de que se ha querido meter a todo el mundo, en el mismo saco.
Y todo porque una milésima parte y quizás, en menor proporción, se haya visto envuelta en supuestos desmanes que contraviene las buenas costumbres. Incluso se ha llegado al extremo de sentar a algunos en los banquillos judiciales y, además, al imperdonable abuso de encerrar a otros. ¡Qué barbaridad!
Los políticos han sufrido muchas vejaciones y desconsideraciones por parte de la ciudadanía, que solo por haber votado por ellos, se cree con el derecho y la potestad de poner su moral y honestidad en tela de juicio y siempre están dudando de su seriedad.
Tal si se tratara de personas inescrupulosas, y no de sacrificados hombres y mujeres que entregan sus mejores esfuerzos con dedicación y esmero por el bienestar de la Patria.
Es tiempo ya de que termine esa malsana práctica en contra de nuestra clase política, que le valoremos y dejemos trabajar en paz, sin bullas ni estridencias, si de un momento a otro, se montan en vehículos de lujos, compran suntuosos apartamentos, fincas, yates, helicópteros, etc y etc, y muchas más etcéteras, que dicho sea de paso, bien se merecen.
Estamos conscientes, además, que esas inversiones y las jugosas cuentas bancarias aquí y en exterior, tienen el firme propósito de garantizar y facilitar los trabajos que cada día realizan por el país.
y que se sepa, sin tomar ningún descanso.
Debemos ser más consecuentes, y entender que son muchos los recursos y compromisos en que deben incurrir para llegar a la posición y que por eso, el Estado, como indefenso proveedor, está en la obligación de resarcir toda su inversión, con sus intereses incluidos, los viáticos, gastos de representación, más las ñapas y las ñapitas que aparezcan.
No obstante, hay que reconocer que existen quizás, no muchas, pero sí honrosas excepciones que merecen nuestra distinción y respeto, aunque por la confusión, es posible que necesitemos la lámpara de Diógenes de Sinope, para poder verlas y estrechar sus manos.
Pero como dice el refrán, a quien Dios, se lo dio, San Pedro, se lo bendiga. aunque corra la misma suerte de San Cristóbal, convertida en un verdadero desastre, el que sin querer queriendo, y para colmo de sus males, a veces, su gente aplaude Bendiciones.